Cuanto más leo, cuanto más me acerco al conocimiento, como filósofos en el sentido griego de la palabra, mejores herramientas de análisis para entender y pensar acerca de la política y la polarización en las sociedades.
Además, mi posición liberal, no partícipe en la democracia, me desvincula de ciertos sesgos, aunque debo admitir que me acerca a otros, pero me proporciona una visión general y con ausencia de compromiso con ideologías o partidos.
Es por ello que me aterra y me fascina a la vez, observar cómo, en los tiempos que corren, se venden packs ideológicos a los cuales se debe uno ceñir de forma íntegra, pues parece que la autocrítica es signo de debilidad.
La gente debe criticar al contrario, y defender a capa y espada al afín, sin juicio crítico alguno.
Es sorprendente, y rara avis, que una persona esté de acuerdo con iniciativas políticas de una ideología, pero a la vez, repudie otras de la misma, mientras manifiesta su acuerdo también con políticos de la ideología opuesta.
Se asocia al contrario no como que piensa diferente, sino como equivocado, radical e incluso como malvado, sin empatía, subordinado del diablo.
Ante esta premisa, por supuesto no podemos dejar que el malvado salga con la suya, por lo que implica dos posiciones.
La primera, radica en la mortal confrontación y gasto de energía y tiempo en la lucha.
Y la segunda, más peligrosa a mi parecer, radica en que toda la posibilidad de debate desaparece, pues no podemos debatir o dialogar con el mal.
Es justamente, cuando toda posibilidad de cambio de opinión se ve truncada, cuando perdemos el foco, donde las ideas se han arraigado tan profundamente en nuestra identidad que arrancarlas significa arrancar una parte de nosotros, cuando las ideas deben ser cambiantes, sometidas a escrutinio, y nunca ser admitidas como dogma de fe.
Otro punto inquietante es que, desde la Grecia antigua, los hombres más sabios, a pesar de siglos de conocimientos acumulados, no hemos conseguido llegar a un consenso. Pero, sin embargo, hay individuos que sientan cátedra en aquello que dicen, donde parece que han sido iluminados por el dios de la sabiduría, llamémosle Thot, como el dios referente al propio conocimiento, favoreciéndolos con su don.
Y como decía al principio, y siguiendo tal premisa, a mayor es mi sabiduría y conocimiento, mayores son mis dudas y mejor convencimiento hallo en mis ideas.
Ya el maestro Sócrates lo plasmaba en su icónica frase: “solo sé que no sé nada”, pues cuanto más sabemos, más conscientes somos del abismo que desconocemos.