Desde los peores momentos, los momentos en los que te encuentres quebrado, es necesario que la chispa siga centelleando.
La destrucción no es el final.
La destrucción es una oportunidad para construir, de nuevo, piedra a piedra, desde cero.
Aprendiendo de los errores del pasado, y con más fuerza.
El final tan solo lo decidimos nosotros, cuando no tenemos energía para seguir, a o preferimos usar esta energía en otro lugar.
Enfrentarnos a los problemas cara a cara, y no rendirnos hasta que el oponente caiga.
Y punto.
Los problemas siempre van a existir, y acercarnos.
Sin embargo, depende enteramente de nosotros que se resuelvan. Depende de nuestra actitud.
La destrucción puede ser o no planificada.
Aunque dentro de la categoría de aquella planificada, encontramos la consciente e inconsciente.
Estas dos son fases consecutivas, donde la predominancia de una u otra varía en función de la situación.
En el caso que nos ocupa, y plantea de forma inconsciente, tan solo con algunos remanentes que llegan a la consciencia. Pero insuficientes para advertir las verdaderas intenciones de estas.
Sin embargo, llega un momento donde todo encaja, como las piezas de un puzle, y es ese el momento culmen, donde la claridad abarca la entereza de la mente, y experimentas el final real que inevitablemente se acerca, y tomas consciencia de tu psique interior.
Tienes claro el final, aunque no el camino. Sin embargo, dado que el objetivo es claro, tan solo queda crear un planteamiento para llevarlo a cabo.