El ego y la incapacidad de decir «no lo sé»

Recientemente se ha cruzado ante mí, gracias a la newsletter de Sergio Parra, el estudio titulado “There is No Evidence that Time Spent on Social Media is Correlated with Adolescent Mental health problems: Findings From a Meta-analysis”, donde los autores analizan y exploran la relación entre el tiempo que los adolescentes pasan en las redes sociales y la aparición de problemas de salud mental internos, principalmente la depresión y la ansiedad.

 

¿Cuáles son los resultados del estudio?

El tamaño del efecto promedio fue cercano a cero, por debajo del umbral significativo, lo que indica que cualquier relación observada es indistinguible del ruido estadístico. Los efectos eran ligeramente mayores en chicas que en chicos, pero ambos se encontraban por debajo del umbral de evidencia significativa.

 

El meta-análisis combate contra la incipiente creencia de que las redes sociales producen efectos nocivos en la salud de los más jóvenes, una creencia ampliamente instaurada en la sociedad, que el “sentido común” (que suele ser el menos fiable) nos induce a pensar que tal relación existe.

 

Sin embargo, lo que la lógica nos dice, la ciencia muestra que no es.

Estudios aparte, la reflexión que me viene a la mente tras leer este artículo es: ¿en cuántas de nuestras creencias, profundamente enraizadas, estamos equivocados?

¿Cuántos juicios, conclusiones y opiniones fundamentamos sobre estas creencias, basadas

en la—llamémosle así—lógica o sentido común?

¿En cuántas cosas nos estaremos equivocando como individuos, como humanidad?

Y no tan solo eso. A nivel colectivo, ¿cuántas decisiones erróneas se han tomado en base a estas creencias erróneas?

Esta discrepancia entre el sentido común y la ciencia, desgraciadamente, no es un fenómeno aislado. A lo largo de la historia, hemos observado desde la creencia de la tierra plana hasta mitos sobre efectos negativos de alimentos, que tendemos a aceptar afirmaciones sin cuestionarlas, simplemente porque “encajan” con nuestra forma de ver la vida.

¿Tenemos pánico a las nuevas tecnologías?

Dadas las conclusiones del estudio, no es el tiempo per se lo que está afectando a los adolescentes, sino ciertos comportamientos y, sobre todo, el contenido al que están expuestos.

En este punto me surge otra pregunta: ¿Por qué tenemos la imperiosa necesidad de dar nuestra opinión aunque en muchas ocasiones no tengamos la certeza?

Sócrates decía “sólo sé que no sé nada”. Esto lo decía el maestro de la tríada de mejores filósofos de la edad antigua, compuesta por Sócrates, Platón y Aristóteles.

Su frase es una crítica a las personas que dicen saber, y se puede interpretar de muchas maneras. Una de ellas es reconocer la propia ignorancia y criticar a aquellos que dicen saber, pero en realidad no saben, sino que tratan de ensalzar su ego a través de falsa sabiduría.

En este punto, y como colofón final, tendemos a adoptar nuevas tecnologías, cuya implementación supera nuestra capacidad de evaluar su impacto real, de forma objetiva y científica, y que tendemos a rellenar con narrativas simplistas, atribuyendo causas directas a efectos observados.

Debemos adoptar posturas más críticas y analíticas, y aceptar que no saber es la norma, pues no podemos sentar cátedra allá donde vamos.

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