Se han dado ciertas ocasiones donde he podido contemplar cómo se criticaba, se desautoriza o se cancelaba a personajes del pasado, por el hecho de no estar “a la altura” del pensamiento actual.
Por la superioridad, se ha criticado a intelectuales como Nietzsche por conceptos como superhombre, a la academia platónica o así a otros autores teológicos como a san Agustín o Santo Tomás.
A menudo se une el acto con el ser. El personaje con la obra. Y este es el punto de partida.
¿Se puede separar, o se debe separar el personaje de su obra?
Pensadores clásicos, como Sócrates, Hume, Kant… vivieron en una época donde el bien y el mal no eran como hoy en día. Los códigos morales y éticos eran diferentes, y eso convierte actitudes de la época en deplorables o negativas desde nuestro prisma.
¿Debemos desechar parte o la totalidad de su obra por ello? Vamos a verlo.
Es sabido que tal como era lo normal en su época, muchos de ellos defendían la práctica de la esclavitud. Otros no eran partidarios de una igualdad entre sexos, y defendían una sociedad dominada y liderada por los hombres.
Ellos, los grandes pilares del intelecto, adalides del pensamiento, tienen fallos, o al menos hoy en día consideramos así, en algunas actitudes o razonamientos.
Pero hasta ahora solo he descrito unos hechos para partir de una base común al razonamiento que lo sigue. La pregunta de si estas actitudes o pensamientos invalidan su totalidad, o por el contrario separamos la obra del pensador.
¿Reside la validez del mensaje en el autor del mensaje, o bien reside en la argumentación de tal mensaje? Soy partidario de la segunda afirmación.
Si hemos aprendido algo de la filosofía lógica es a saber discernir entre una buena o una mala argumentación, analizando la verdad en la argumentación, independientemente de su autor.
Si estamos analizando un argumento, es necesario analizarlo por el significado del mismo, fuera de toda vinculación con el autor.
Ni el mejor argumento deja de tener su vigencia porque su comunicador sea una mala persona, ni el peor argumento deja de ser falso porque sea dicho por la mejor de las personas.
Por lo tanto, y retomando el análisis de los autores clásicos, las ideas de los intelectuales de épocas pasadas siguen siendo veraces o no, pero por méritos propios, sin ninguna dependencia de quien lo dijo, sino aduciendo a su argumentación.
En tanto en cuanto un argumento no sea correcto o criticable, estos juicios no tiene que trasladarse al autor invalidando parte o el resto de su obra.
Dichos argumentos deben ser juzgados de forma individual.
Llegados a este punto, existen dos vías posibles. El juzgar o el entender, no por ello contrapuesta.
Juzgar los actos del pasado pero atendiendo a los actos individuales como punto de partida. Pero este acto debe unirse con el conocimiento, el entendimiento de que estamos juzgando otras épocas, otras culturas, con otros códigos morales y éticos. Sociedades con necesidades y pensamientos totalmente diferentes al de las sociedades actuales, nuestras sociedades, y por tanto, diferentes procesos de entender las cosas y de actuar.
Juzgar aquello dicho, analizando el argumento en sí.
Aunque un personaje en la actualidad sería considerado polémico o una argumentación incorrecta, esto no invalida el resto de su obra, que debe analizarse de forma independiente.
Por tanto, la respuesta a la pregunta inicial es: tenemos que juzgar, por una parte los argumentos y el discurso emitido por su propia validez, y por otra, separar el autor de su obra, para verlo de una forma global, entendiendo la epoca y la situación del momento, comprendiendo que dijo, porque y para que.
Separar el autor de su obra es fundamental, y conocer la época y el contexto de la obra es imprescindible.