El sedentarismo es un asesino silencioso.
Todos lo sabemos. Es un secreto a gritos.
El sedentarismo y la obesidad llevan una correlación, es decir, se alimentan entre ellos.
Esta reflexión me sobrevino de forma general a causa de mi impresión al caminar por las calles, las cuales sentaron el contexto, pero en específico por una interacción específica.
Me encontré con una persona, ciertamente joven, atendiendo a sus circunstancias, ya que contaba cinco décadas de vida. De esta forma, era una persona sedentaria, con evidente sobrepeso, y cuya actividad física diaria se limitaba al único movimiento propio de estar en casa.
Así pues, cada vez se aqueja de mayores dolores en los pies al andar, le cuesta más respirar o dormir entre otras dolencias.
Ciertamente me dolió, ya que dentro de mí sé que estas dolencias no irán sino a peor.
Y me quedé reflexionando, observando el resto de la sociedad.
Tal como expuse en el anterior artículo de medicina preventiva versus la reactiva, tan solo nos preocupamos cuando está el problema.
Y es más, como nos demuestra nuestra simpleza, no atacamos la causa, sino la consecuencia.

Pongamos un ejemplo.
Vemos a alguien, el cual cuenta con sobrepeso, y además, lo acaban de diagnosticar con, pongamos por caso, colesterol.
Por supuesto, el colesterol es una enfermedad multifactorial, pero vamos a jugar a simplificarlo un poco.
¿Qué crees que va a ser el tratamiento prescrito por el médico?
Sí, seguramente le diga que tiene que comer mejor o moverse más. Pero de la consulta sales con la receta de la “pastilla”.
Y esto es percibido por el paciente como que lo principal es la pastilla, lo secundario todo lo demás.
Todo esto a pesar de que el sobrepeso, sin duda alguna, está agravando el colesterol. Y a su vez, el sobrepeso se deberá con una elevada probabilidad y entre otras causas secundarias, a la combinación de mala alimentación junto con sedentarismo.
Si en lugar de atacar el colesterol de forma aislada, incidieramos sobre la raíz del problema, siendo el sobrepeso y la mala alimentación, estaríamos atacando de raíz el colesterol y los otros problemas que seguro caerán con el tiempo.
Pero claro, es más fácil la pastilla.
La inacción resulta más cómoda, y la pastilla el sumum de la comodidad. Sin embargo, con el tiempo nos damos cuenta de que resulta un simple parche que esconde las consecuencias, pero estas siguen ahí, esperando.
Y existe una actitud en específico, que como psicólogo puedo catalogar de dañina en todos sus sentidos.

Hay personas que no le dan importancia ni al cuidado físico ni al cuidado mental.
Orgullosos, algunos incluso dicen que todo el tiempo invertido en hacer ejercicio ellos lo aprovechan ahora.
Esto radica en la creencia en que todo el tiempo que pasamos haciendo ejercicio, lo estamos restando de hacer otras cosas.
Sin embargo, no se dan cuenta. El tiempo pasa, y no es solo la cantidad de años vividos, sino también la calidad de estos años.
Dime, ¿es lo mismo tener 50 o 60 años y ser incapaz de salir a dar un paseo porque el dolor y el cansancio te lo impiden?
¿Estar siempre aquejado de diversas complicaciones, viéndote postrado sin poder realizar lo que antaño realizabas sin darle mayor importancia?
Personalmente, me cuido no tan solo por el beneficio inmediato y a medio plazo. Me cuido porque soy consciente de que la juventud llega un día que ya no está. Mi sistema inmune se deteriorará y me será más complicado un estado de no enfermedad o de no dolencia.
Seré más frágil, y por tanto quiero tener un cuerpo lo más fuerte y preparado posible. Quiero que cuando tenga 50 años, poder salir a correr 10, 20 o 30 kilómetros, mientras el cuerpo me lo permita. Poder disfrutar de mis futuros hijos, seguirles el ritmo de juegos y tener energía para disfrutarlos.
Y te diré más, quiero poder disfrutar de mis posibles nietos cuando sea mayor, de la mejor forma. Y estar padeciendo dolor, enfermedad y no poder moverme no está en mis planes. Por tanto, realizo las acciones que están en mi mano para disminuir esta probabilidad al máximo.
No nos cuidamos para el ahora, pues un cuerpo de 20, 30 o incluso 40 años tiene una muy buena capacidad para recuperarse o soportar las inclemencias que la vida nos presente.
No.
Nos cuidamos para que una vez pasen los años, tener un cuerpo funcional y preparado para los desafíos que el tiempo nos pueda presentar.
Ciertamente me sorprende cuando una persona de 20 o 30 años espeta la frase de “todos mis análisis han salido bien”. Mi cara de estupefacción es total. En mi cabeza no encaja nada. ¿Cómo a los 20, los 30 e incluso los 40 te va a salir mal los análisis?
Pero pregúntate. Si sigues con tu estilo de vida, ¿cómo saldrán estos a los 50 o 60?
Por eso luchamos. Por eso entrenamos. Y por eso debemos cuidarnos.