El verano y los pequeños placeres de la vida

El verano.

Esa maravillosa estación, a pesar de, como es mi caso, la incomodidad del calor.

Pero tan apreciada, por tantos motivos…

El tema sobre el que gira el presente post es que a veces, necesitamos ser más conscientes de los pequeños placeres de la vida, aquellos que nos rodean, y que el ajetreo y estrés de nuestro día a día nos impide ver.

Cada año que pasa, la experiencia me lo confirma, y es que para mí, la felicidad se compone de dos puntos fundamentales. En primer lugar, la tranquilidad, la ausencia de problemas. Y aun con problemas, saber encontrar nuestro pequeño refugio de tranquilidad, el ojo del huracán, donde poder estar en paz el máximo tiempo posible.

Por otra parte, la felicidad se compone de los buenos momentos. No se trata de esperar el gran viaje de nuestra vida, nuestro París, donde una vez viajemos allí seremos felices.

No.

Se compone de esos pequeños instantes, que disfrutamos junto a nuestra pareja, amigos, familia e incluso extraños, donde nos reímos, que sentimos que todo está bien.

Es imposible estar en ese estado siempre, y de ahí el craso error que la sociedad cree, que es que estar feliz es un continuo.

No.

La felicidad son, como decíamos, pequeños momentos.

Escribo este artículo, tumbado, en la piscina, mientras intercalo la escritura con la observación de los árboles, las ramas, las hojas, meciéndose a causa del viento.

Ver cómo las nubes de verano avanzan en el cielo, deleitándome con este maravilloso día de verano, donde todo está bien.

Mi familia goza de salud y se encuentra cerca de mí, reunida, sin problemas.

Estoy en una etapa de madurez con mi pareja, donde nuestro entendimiento parece acrecentarse cada año que pasa.

Yo estoy bien de salud, tengo la inmensa suerte de poder permitirme este lujo de estar mirando los árboles o las nubes, a causa de la ausencia de problemas, dolencias físicas o mentales en mí y en mis seres queridos.

No hay problemas en el horizonte. Todo está bien.

Y muchas veces, nos centramos en las pequeñas complicaciones del día a día, desdeñando aquello que nos hace felices, más preocupado por lo negativo que por lo positivo.

Lo sé, suena a cliché.

Pero no por ello es menos cierto. Piénsalo.

Ahora mismo, no tengo preocupaciones.

Aunque esto es verdad a medias. Si lo pienso, estas preocupaciones existen, y están ahí, al acecho.

¿Cómo irá la carrera el próximo año?

¿Cómo irá la empresa que he podido montar?

¿Seré capaz de superar los obstáculos que, sin duda alguna, me presentará la vida?

¿Tendremos problemas, de salud, económicos o de cualquier otra índole?

Sin embargo, como ves, son preguntas sobre el futuro, para el cual no hay respuesta. Lo único que puedo hacer, y es la estrategia que llevo a cabo, es prepararme lo mejor posible para dichos acontecimientos. Toda la preocupación que reúna extra para con dichos eventos, se convierte en ansiedad y estrés, que me impediría vivir mi vida con plenitud, siempre preocupado de girar la esquina.

He aprendido a contextualizar los problemas. Suelo usar la regla del 10/10/10, consistente en:

  • ¿Qué pensaré del problema en 10 minutos
  • ¿Qué pensaré del problema en 10 meses?
  • ¿Qué pensaré del problema en 10 años?

Seguramente, ante los 10 minutos, el problema te seguirá pareciendo igual de importante. Sin embargo, la perspectiva cambia a los 10 meses, donde, echando la vista atrás, seguramente verás que el problema no era para tanto. Y ya ni te digo después de 10 años.

De forma consecuente, pienso en mi marco de actuación frente al problema. ¿Qué es lo que puedo hacer para solucionar el problema?

Si hay algo, sin duda, hay que hacerlo. Y una vez terminado, volver a realizar la pregunta, hasta que la respuesta sea negativa. Cuando ya no está en mi mano resolver dicho problema, y pese a lo fácil que suena en teoría y lo realmente difícil y duro que se traslada a la práctica, debemos dejar un espacio, y dejar de preocuparnos por ello.

Por tanto, para finalizar, y la idea clave que quiero transmitir, es que aprendamos a disfrutar de esos pequeños momentos, aprendamos a ver la calma ante la tempestad, y que agradezcamos que podemos estar, simplemente, leyendo estas líneas, con todo el contexto que eso implica.

Disfrutemos, seamos felices dentro del caos que supone la vida. Mantengamos el foco en aquellas cosas buenas, por pequeñas que sean.

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